lunes, 5 de noviembre de 2007

Manuel Batata

Batata heredó el apodo de su padre, descendiente de emigrados vascos durante la Guerra Civil española. Durante sus tiempos de sindicalista en Buenos Aires, Batata (padre) se enamoró de Liliana; una enfermera izquierdista de clase media. “Demasiado amor en demasiado poco tiempo”, recuerda Batata hijo que le contaba Liliana.


A los dos meses de nacer el pequeño Manuel, su padre desapareció acompañado de unos matones de conducían un Ford negro. Dejaron una amenaza para Liliana. Diez días más tarde, tras escuchar lo que tenían que contarle unos supervivientes de la ESMA, Liliana cogió al pequeño Manuel y escapó hacia México.


Allí creció Batata, entre rancheras y tangos, entre rumores y esperanzas… Con la mayoría de edad, y acuciado por los primeros síntomas del corralito, decidió conocer a aquella parte de la familia de la que tanto se hablaba, aquella que había conseguido un estanco durante el franquismo.


En España acabó la carrera de matemáticas y tras perderse dos años por el Casco Viejo de Bilbao, decidió cambiar los pinchos por el Mediterráneo. Una universidad catalana le ofreció un contrato basura como becario, analizando fórmulas matemáticas imposibles. Cuando el Raval se le quedó pequeño, volvió a coger su mochila. Esta vez al norte.


En Berlín estuvo dos años, combinando el paro alemán con proyectos de investigación imposibles de comprender.


“Soy argentino de nacimiento, mexicano de adopción y europeo de profesión” explicaba entre cervezas.


Le conocí en Sarajevo, jugando al ajedrez con unos bosnios. Él seguía hacia el Este, sin destino fijo, hasta que se le acabara el dinero… Yo acababa de empezar mi viaje…


Batata siempre viste de rojo y ayer, no me preguntes porqué, me desperté pensando en él.


Seguiremos informando…



No hay comentarios: